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No Hay Días Especiales

El edificio de departamentos de la calle Independencia en la ciudad de México, resplandecía con los adornos navideños en cada ventana, con excepción de una en el cuarto piso, nada indicaba ahí, el veinticuatro de diciembre como fecha.

Javier Dávila tomó un sorbo a su whisky mientras escribía el próximo artículo para la revista en la que trabajaba. Lo interrumpió el timbre del celular que mostraba la imagen de su jefe en el canal de televisión donde realizaba reportajes.

—¿Qué quieres? —refunfuñó Javier.

—Sé que es un mal día para pedirlo, pero…

—Sabes que ninguna maldita fecha es especial para mí. Dime lo que quieres. —interrumpió exasperado.

— El cantante más popular del momento, decidió pasar la víspera navideña con un indigente escogido al azar. La publicidad será genial. Nos ha otorgado la exclusiva. El problema es…

—Que nadie quiere cubrir la nota  hoy. —Terminó la frase. Escuchó una risa del otro lado de la línea—. No me entusiasma facilitarle las cosas al rey de las letras estúpidas, pero imagino que la paga por trabajar este día, será tan grande como para ignorar mis escrúpulos.

—Pensé que todos los días eran iguales para ti.

—Yo no hago las reglas en este mundo. Mándame la ubicación y ahí estaré.

—El camarógrafo llegará al lugar a las seis. Buscarán al individuo y después irán a una casa que simulará ser del cantante. A aquel lo vestirán de acuerdo a la ocasión, les harás las preguntas necesarias a ambos, y la nota saldrá a primera hora.

—Por supuesto se tomará las fotos y después dejará solo a su invitado.

—Eso no saldrá a la luz, así que no interesa. Espero tu trabajo, sin importar la hora.

A las seis y media de la tarde, la oscuridad de la noche había caído por completo en la ciudad.  Javier Dávila, el camarógrafo, y siete personas más entre guardaespaldas y parte del equipo de trabajo del intérprete intentaban escoger al vagabundo que recibiría la invitación. No había mucha diferencia entre uno u otro. Todos con su aspecto de abandono y la poca luz en la calle, parecían solo sombras oscuras sin alma.

Al final, se decidieron por el que aparentaba estar menos asustado por los extraños que invadían su espacio. Un guardaespaldas lo revisó en busca de algún arma u objeto peligroso, luego lo tomaron de los brazos y él se dejó llevar como un niño hacia el interior de una de las camionetas.

Inició su labor, haciendo preguntas al músico, que respondía orgulloso de su hazaña, contrario al vagabundo que solo asentía o sonreía distraído, mostrando sus encías sin dientes. Estaba sucio y despeinado y despedía un olor rancio. Sin embargo, Javier sintió algo en la mirada de ese hombre que no supo definir.

 Tan pronto se apagó la cámara. El cantante decidió cambiar de camioneta.

—¿Vienes conmigo? Tu camarógrafo puede quedarse en esta. —le indicó el joven sonriendo.

—Lo siento, compañero, gajes del oficio. —Salió, al tiempo que guiñaba un ojo al chico de la cámara con ironía.

El equipo del intérprete bañó al indigente, le cortó el pelo y cambió su ropa. El baladista estuvo presente el tiempo necesario para las tomas y después se fue a descansar y a cambiar su atuendo.

Javier estaba sentado en la mesa del comedor, esperando, cuando el vagabundo llegó transformado por completo. Sus ojos quedaron fijos en el rostro del individuo.  Recordaba ese rostro, años atrás, un hombre más joven. ¿Sería posible? Sintió sus latidos retumbando en su cabeza. Acaso sus ojos lo engañaban.

 Se paró frente a él, acercó su cara  a la suya. No olvidaría ese rostro aunque pasara toda una vida; Estaba en su memoria, era solo un niño cuando desapareció de su vida, sin las arrugas que ahora tenía, pero su mirada seguía siendo la misma.

—¡Papá! ¿Eres tú? —preguntó, acercándose a él.

—Eh —respondió el hombre de manera tonta.

—Eres tú. ¿Dónde has estado? ¿No sabes quién soy?

—Eh —repitió indolente. Ajeno a la angustia del hombre parado a su lado.

—Mamá, Idaly, ¿la recuerdas? Te buscó mucho tiempo. Ella nunca perdió la esperanza de verte de nuevo.

—Idaly, Idaly.  —repitió con lágrimas en sus ojos. —¿Dónde está ella?

—Ella murió papá, murió esperándote. El dolor la  fue apagando. ¿Qué sucedió? ¿Por qué no regresaste?

—Ellos me golpearon, corrí. Debo regresar. Le prometí regresar al niño. Mañana será navidad. Javier me está esperando.

—Calma. Soy Javier y ya no tengo nueve años.

Abrazó al hombre que poco entendía lo que estaba sucediendo. Ya habría tiempo para las explicaciones, los doctores y lo que fuera necesario. Ahora lo importante es que ellos estaban juntos otra vez.

—Vendrás conmigo esta noche, papa. Todo será diferente. Mañana será navidad, papá. Mañana será de nuevo, un día especial.

Un día Único II

 Un día único parte I

Un mes después decidió alejarse de todo; por lo cual, escogió una ciudad de provincia que supuso le podría proporcionar la calma adecuada para olvidar el accidente. Dos jornadas tranquilas, disfrutando del lugar, le habían sugerido que el viaje había sido una buena idea.

Todo cambió ese día, el hombre extraño comenzó a perseguirla. ¿O acaso fue su imaginación? Estaba lejos de ella cuando se sintió acosada. Tal vez su mente le jugó una mala pasada haciéndola revivir la angustia vivida con anterioridad.

Los pies de Marión pedían descansar tras largos metros de carrera. Ella sabía que no podía detenerse aún, no sin antes comprobar la situación a su alrededor. Apresuró su marcha. Su figura esbelta parecía una visión que avanzaba abriéndose paso entre los autos estacionados y los que transitaban por las calles.

¿Pedir ayuda? Lo pensó. Podría llamar la atención de algún automovilista, pero temió que no quisieran ayudarla. Una persona huyendo significa problemas, y la mayoría de la gente se aleja de éstos sin pensarlo.

Dos cuadras más adelante, había un parque, consideró que podría perderse entre los árboles. Quizás encontraría alguna persona paseando por ahí. Caminó sin voltear hacia atrás, no quería dar un segundo de ventaja.

Al llegar al parque se detuvo tras un árbol viejo; su grueso tronco podría darle la oportunidad de ocultarse mientras observaba las calles que había atravesado. No parecía haber nadie siguiéndola; no obstante, aún se sentía en peligro.

—No deberías huir de tu destino. —La voz a su espalda la estremeció.

El hombre estaba ahí, justo frente a ella. Observó la mirada, el gesto, incluso la misma gabardina que usaba aquel día.

—Usted murió. No puede estar aquí —le indicó con la voz quebrada mientras sus ojos se humedecían y su cuerpo temblaba.

—El tiempo, el espacio, la muerte, todo es relativo. Estás aquí huyendo de nuevo, alejándote del camino que tus poderes te han trazado.

Ese hombre era un espejismo, él no podía estar frente a ella. Solo tenía que cerrar los ojos, pensar en algo diferente y él desaparecería.

—¡Aléjate! —le ordenó al hombre con pétrea convicción.

Una fuerza interior la dominaba. Los árboles del lugar parecían dar vueltas alrededor de ambos. Una punzada en su cabeza la hizo colocar sus manos en sus oídos. Un sonido gutural salió de su garganta.  Justo en ese instante el hombre explotó ante sus ojos.

Marion observó las pequeñas partículas que se movían como en cámara lenta hasta desaparecer en el aire un poco antes de que ella se desvaneciera.

Mi Historia Romántica (parte I)

Cuando él estaba cerca, mi estómago parecía contener mariposas. Lo conocía de toda la vida; después de todo, hemos sido compañeros de clase desde el jardín de niños, además de vivir en la casa de enfrente. Solíamos jugar juntos cuando éramos pequeños, pero en ese tiempo lo consideraba otro niño tonto.

No sé con exactitud el momento en que se convirtió en el tipo cool de la preparatoria que nunca se perdía una gran fiesta, ni cuando me transformé yo en la muchacha tímida que prefiere estudiar en casa que bailar en una fiesta. Por supuesto, que algunas veces me invitaban, pero no disfruto los lugares llenos de gente, con música a todo volumen.

Sean… Un nombre un poco extravagante que desde hace algunas semanas comenzó a repetirse en mi cabeza.

Ese día, Arturo, otro compañero, corría por el pasillo sin cuidado, por lo que me tiró al suelo.

—Ay, te caíste —dijo Arturo con burla.

—Claro que no, me eché al suelo porque creí que un enorme oso corría tras de mi —respondí cáustica.

Arturo intentó decir algo, pero todos comenzaron a reírse de él por lo que decidió alejarse.

Sean estaba allí y de manera gentil me ofreció su mano para ayudarme a levantar. No pude evitar perturbarme al sentir su roce y ver su sonrisa. Me fue inevitable notar lo guapo que era.

—¿Estás bien, Alicia? —me preguntó con una sonrisa en su rostro.

Solo agradecí, pero todo cambió desde ese momento. Era la primera vez desde que habíamos crecido que el notaba mi presencia. Las cosas extrañas que fueron sucediendo transformaron mi vida en un torbellino.

El lunes siguiente, había llovido todo el día. Iba camino a casa de la escuela, que estaba a solo unas calles. Caminaba con mi paraguas intentando cruzar la calle cuando una camioneta paso a gran velocidad y me salpicó toda. Me quedé pasmada por unos segundos, luego sonreí. Cerré mi sombrilla y continué caminando bajo la lluvia. Todos me sonreían, Mi amiga Pam y Benji lo cerraron también y caminaron a mi lado. Me sentía feliz, aunque mi sonrisa se congeló cuando vi a Sean sonriendo de igual manera en la calle de enfrente. Insté a mis amigos a correr junto conmigo y todos nos divertimos ese día.

Mi Historia Romántica (parte II)

Aquí encontrarás la Parte I

Unos días después, el grupo salió de campamento, el maestro de Biología, el señor Luna, había planeado ese viaje durante mucho tiempo. Era parte de nuestro proceso de enseñanza, por lo que deberíamos recolectar diferentes tipos de hojas.

Me senté al lado de Pam, mi mejor amiga, ella es la chica más lista que he conocido, además de linda; sin embargo, nunca pone atención a su atuendo ni a su arreglo personal; no muestra demasiado interés en esos detalles. Tampoco lo hago yo, pero al menos intento lucir bien en ocasiones especiales.

Sin embargo, Sally es diferente a nosotras. Se arregla como si fuera a una boda. Su pelo siempre está peinado de manera profesional. Ese día usaba una blusa blanca bordada, pantalones de vestir y sandalias de tacón que mostraban la pintura impecable en las uñas de sus pies. Su cabello estaba trenzado con un hermoso listón de seda anudado hacia un lado. Lucía deslumbrante, aún más, al estar sentada junto a Sean. Observé mis pantalones de mezclilla y mi nada femenina camiseta con la leyenda “100% soltera”.

Yo estaba al frente, ellos en la parte trasera del autobús, no podía verlos, pero si escuchaba sus risas. Decidí colocar mis audífonos para escuchar música durante el largo trayecto.

Nos dieron las instrucciones al llegar. La más importante era reconocer vegetación alergénica como la hiedra venenosa, la cual deberíamos evitar manipular. Todos conocíamos las posibles consecuencias.

El maestro Luna decidió formar parejas. Para mi mala suerte, Sally resultó ser mi compañera. Él y su compañero iban delante, podía distinguir sus intentos por verla.

Fue una tarea espantosa. Sus tacones entorpecían nuestro progreso, se tropezaba cada diez segundos, además de estar renuente a acercarse a las plantas.

—Están sucias, cariño, ¿no lo ves? —renegó.

—Se supone que lo estén, “cariño”, son hojas. —Continué recolectándolas.

—No entiendo esta actividad. ¿Cuál es su propósito al traernos a este terrible terreno lleno de polvo e insectos, con un camino rocoso que hace difícil caminar, por Dios Santo?

—¿Por qué no te pusiste algo más cómodo, acorde a este sitio?

 —Podría explicarlo, pero no creo que lo entiendas.

Observó mi ropa con desaprobación, luego giró su rostro evitando dirigirme la palabra.

Sean estaba cerca, lo suficiente para escuchar nuestra plática. Podía ver su sonrisa. Me parecía probable que él si entendiera por qué ella usaba zapatillas en lugar de zapatos deportivos. Todos los muchachos lo hacían.

—Necesitamos tomar diferentes tipos de hojas si queremos tener una buena calificación —le expliqué con paciencia.

—No quiero tocarlas, están repugnantes.

—No están sucias, solo tienen tierra. Estamos en el campo por si no lo has notado

Frunció el ceño decidiendo en ese instante comenzar a guardar hojas. Mala decisión. Tiene estilo para vestirse, aunque no mucha inteligencia. Estaba a punto de tomar hojas de hiedra. Sin darme tiempo para analizar la situación, acercó su mano a la planta; sin embargo, asustada por mi grito, se movió, justo en el instante que intentaba alejarla, por lo que fui yo quien cayó sobre las hojas.

No es necesario explicar lo que sucedió con mi piel. Mi rostro se inflamó. Todos me observaban, algunos divertidos, otros con verdadera preocupación. Como Pam, quien sollozaba como si fuera ella quien estuviera lastimada. No tenía el valor para ver la reacción de Sean en ese momento.

—Les pedí ser cuidadosos con la hiedra, Alicia —me sermoneó el maestro.

Voltee hacia Sally esperando su respuesta, pero solo observaba el esmalte de sus uñas. No deseaba ser una chismosa, me quedé callada. Sin embargo, escuché la voz de Sean a mis espaldas.

—Intentaba salvar a Sally.

Por primera vez, ella levantó su cabeza para observarlo, abriendo su boca con desconcierto.

 —No la iba a tocar, ella se confundió.

—Ambas deben ser más cuidadosas, deben seguir las instrucciones.

El grupo comenzó a caminar hacia el camión.

—¿Cuándo crees que estarás mejor, Lozano? —me preguntó Sean usando mi apellido.

—Lo explicaré así, Romo, el próximo día de Halloween, no me compraré un disfraz, seré un zombi.

—Entonces seré un cazador de zombis.

Al regreso, él se sentó junto a su amigo Ronaldo. Yo me sentía tan terrible que deseaba desaparecer. En ese momento observé a Sally sentada sola, tan enojada que no pude evitar sonreír. Era una sonrisa extraña con mi cara hinchada, pero tenía a Pam al lado, ¿no era suficiente para sentirme mejor?

Impacto

A través del parabrisas, Regina observó al conductor del automóvil frente al suyo, aproximándose con tal rapidez que el accidente fue inminente.

Por la mañana no había desayunado, a pesar de los ruegos de su madre. Cada mañana era lo mismo. No le apetecía, pero ella insistía en preparar algo. Lo entendió en el instante que la mirada sorprendida del chico, se clavó en la suya. No había podido agradecerle lo que hacía por ella cada día.

Escuchó el sonido del metal chocando con otro metal. La blusa azul cielo que llevaba puesta era de su hermana Luisa. Vislumbró la mancha que quedaría, causada por su sangre. La tomó sin permiso, aun sabiendo cómo le molestaba que no le pidiera las cosas antes de tomarlas.

Observó los pequeños pedacitos de vidrio e imaginó que cada uno había atrapado un momento exacto de su vida.

Más sonidos, más dolor. «Te extraño, papá. Lamento haberme molestado contigo por tu nueva familia». Fue su último pensamiento.

La Niña Del Colegio

El edificio escolar era una casa antigua. El jardín del frente era pequeño y abierto.  El estacionamiento estaba a una cuadra del lugar. El padre de Ana debía viajar, por lo que ese día decidió dejarla en la escuela media hora antes de lo normal.

—Gracias. Buen viaje, papá.

—¿Estás segura de que don Pedro estará por aquí?

—Claro que sí. Siempre abre la escuela y enciende las lámparas para recibir a los primeros alumnos. No te preocupes, estaré bien. Ya tengo diecisiete, no lo olvides. Si está cerrado, tocaré.

Las puertas del colegio estaban abiertas, aunque las luces no habían sido encendidas aún, no le pareció extraño, era probable que se encendieran en un momento más.

—Don Pedro —llamó la chica al velador que con seguridad debía andar cerca. —¿Está por ahí?

No hubo respuesta. Decidió entrar, tal vez lo encontraría por los pasillos. La oscuridad era total. La ausencia de alumnos daba una imagen extraña al sitio, si se comparaba con el bullicio normal a la hora de clases.

Dudó un instante si continuar por el pasillo, o regresar al jardín hasta que encendieran la luz, pero le dio miedo quedar expuesta a cualquier persona que rondara la calle, continuó buscando al velador.

Escuchó unos pasos, aunque no pudo definir de donde provenían. Pensó que era él y se sintió un poco aliviada. Sin embargo, el sonido cesó unos instantes después.

Continuó por los pasillos, tal vez podría entrar al primer salón y prender un foco. El camino se le antojó más lejano de lo normal, aunque pudiera ser la sensación de oscuridad, que no le permitía ubicar las distancias con exactitud. Encontró un aula y entró, sintió las paredes con sus manos buscando el interruptor, al encontrarlo, se decepcionó al observar que nada pasó al apretar el botón.

—Ana, Ana.

Una voz dulce e infantil pronunció su nombre, de nuevo no pudo definir la procedencia del sonido. El lugar olía a rosas, le pareció extraño no haber percibido el olor un momento antes.

—Ana, ven.

Escuchó de nuevo la voz. Se sintió tentada a seguir el rastro de la fragancia, aunque al mismo tiempo la invadió el temor.

—¿Quién eres? ¿Dónde estás? —le inquirió a la voz.

Un escalofrío recorrió sus brazos, se sintió vulnerable y corrió en dirección a la salida. Tal vez estaría mejor en el jardín.

Un rayo de luz iluminó el lugar. Ana giró hacia las oficinas de la escuela y pudo observar a una niña que entraba en un cubículo. Llevaba un vestido que le llegaba a los tobillos de color naranja y zapatos blancos. Dudó en ir tras ella o seguir corriendo al jardín.

Se decidió por lo segundo. Bajó los escalones de la entrada y se sentó a un lado de las flores. El aroma a rosas penetró de nuevo, si bien, esta vez tenía lógica, las rosas estaban cerca.

El horizonte comenzaba a tener un color diferente al resto del cielo, pronto la luz del día iluminaría la ciudad. La tensión abandonó su cuerpo. Sonrió y se sintió tonta por sentir miedo. Lo más probable es que la chiquilla de la oficina, fuera alguna alumna de primaria que como ella, llegó temprano.

Se levantó y resolvió volver a entrar, justo en ese momento se encendieron de nuevo las luces del colegio. Se acercó a la puerta de entrada e intentó abrirla; sin embargo, parecía tener cerrojo. Lo intentó de nuevo, extrañada de que estuviera cerrado.

Al otro lado se escuchó la llave que entraba, giraba y abría el picaporte. Don pedro la abrió de par en par, y la saludó un poco sorprendido de lo temprano que había llegado al colegio.

—Jovencita, es muy temprano para que usted esté aquí.

—Hace más de quince minutos que llegué.

—Dios santo, no debió exponerse a estar casi en la calle, me hubiera tocado para abrirle antes.

—De hecho la puerta estaba abierta.

—Eso no es posible. La cerré anoche y es hasta ahora que la estoy abriendo en espera de los primeros alumnos. Pase, hoy será la primera.

Ana entró confundida, no quiso insistir, aunque ella sabía que estaba abierta, eso era verdad.

—¿Soy la primera en llegar? Pero la niña de cabello ondulado y vestido naranja llegó antes que yo.

Don Pedro abrió los ojos con asombro, luego su mirada cambió a molestia.

—No me diga que usted también va a empezar con las bromas de la niña fantasma.

—¿La niña fantasma?

—No siga bromeando. Ya me han dicho mucho de la pequeña que según ellos ven por la escuela. Son juegos de muchachos burlones. Llevo muchos años trabajando de velador en este colegio y no hay ningún fantasma, eso se lo aseguro.

Ana no dijo más. No quería molestar a don Pedro. Prometió que nunca llegaría a la escuela antes del amanecer.

Veneno

Cris observó a Sam través de la ventana, a su lado, sus guaruras. Se quedó en medio de la estancia enfrentando la situación. Era segura su sorpresa, incluso su enojo, pero ni por un momento pensó obtener su ayuda.

Se escuchó el giro de la llave en la cerradura, Sam abrió la puerta y se le quedó mirando de manera burlona. Los escoltas levantaron su arma, pero les ordenó guardarla y replegarse en la pared, atrás de ella.

—¿Qué demonios haces aquí? ¿Cómo entraste? —El olor dulzón de su perfume, penetró en la habitación. No esperó la respuesta—. Dame las malditas llaves —le ordenó estirando la palma de su mano. Al acercarse a entregárselas, pudo observar la gruesa máscara de pestañas en sus ojos que le daban un aspecto ordinario—. Debí cambiar la estúpida chapa, aunque con tus ideas fantoches, no pensé que entrarías de esta manera. —Las colocó dentro de su bolso.

—No deseo molestarte. Entiendo que esta, ya no es mi casa, ni siquiera me interesa lo que he dejado en ella. Puedes quedarte con todo, solo necesito mi vieja cajita musical. La busqué en donde siempre la guardaba, pero no parece estar en ningún lado.

—¿Por qué diantres crees que te la daré? Después de tu engaño con esa… señora, no esperarás mi ayuda, ¿o sí?

—En verdad la necesito. Sé que la tienes.

Caminó hacia el bar, sirvió dos copas de vino. Bebió una de un sorbo y le ofreció la otra. Sam la rechazó.

—No vine aquí a socializar. —Esa caja contenía el documento que podría salvar a su hija, no se iría sin ella.

—Vamos. —Suavizó su tono—. Es solo un trago. Podría darte la caja después del brindis. Se sirvió más vino. Cris la tomó y la bebió con rapidez. Sam siguió el rastro del vino desde la copa en su mano, hasta el momento que entró en su boca. Sonrió al observar la última gota.

—No me mires así, antes me mirabas de otra manera.

Cris entrecerró los ojos. Observo su cuerpo, su cuello, su rostro, su boca, hizo una mueca y giró la cabeza.

—¿Dónde está la caja?

—En esta mano tengo la llave de este estuche —le indicó, al tiempo que lo sacaba de la cantina— Ahí se encuentra el antídoto del veneno que has tomado. ¿Qué prefieres, el cofre de música o el contraveneno?

—Es mentira, tomaste del mismo vino.

—Pero no de la misma copa. Mentí, esperaba tu llegada. Tienes 24 horas antes de morir.

—Te miro y no comprendo como pude amarte algún día.

—¿Entonces ¿qué quieres?

—La caja —dijo sin dudarlo.

Caminó hacia el librero donde tomó un ejemplar de un libro, atrás de este se encontraba escondida la pequeña caja musical. La colocó en su palma. Cris se acercó a tomarla. Antes de soltarla Sam le pidió: —Dame un beso, el último, podría darte el antídoto.

—Prefiero morir.

—Así será.