El edificio escolar era una casa antigua. El jardín del frente era pequeño y abierto. El estacionamiento estaba a una cuadra del lugar. El padre de Ana debía viajar, por lo que ese día decidió dejarla en la escuela media hora antes de lo normal.
—Gracias. Buen viaje, papá.
—¿Estás segura de que don Pedro estará por aquí?
—Claro que sí. Siempre abre la escuela y enciende las lámparas para recibir a los primeros alumnos. No te preocupes, estaré bien. Ya tengo diecisiete, no lo olvides. Si está cerrado, tocaré.
Las puertas del colegio estaban abiertas, aunque las luces no habían sido encendidas aún, no le pareció extraño, era probable que se encendieran en un momento más.
—Don Pedro —llamó la chica al velador que con seguridad debía andar cerca. —¿Está por ahí?
No hubo respuesta. Decidió entrar, tal vez lo encontraría por los pasillos. La oscuridad era total. La ausencia de alumnos daba una imagen extraña al sitio, si se comparaba con el bullicio normal a la hora de clases.
Dudó un instante si continuar por el pasillo, o regresar al jardín hasta que encendieran la luz, pero le dio miedo quedar expuesta a cualquier persona que rondara la calle, continuó buscando al velador.
Escuchó unos pasos, aunque no pudo definir de donde provenían. Pensó que era él y se sintió un poco aliviada. Sin embargo, el sonido cesó unos instantes después.
Continuó por los pasillos, tal vez podría entrar al primer salón y prender un foco. El camino se le antojó más lejano de lo normal, aunque pudiera ser la sensación de oscuridad, que no le permitía ubicar las distancias con exactitud. Encontró un aula y entró, sintió las paredes con sus manos buscando el interruptor, al encontrarlo, se decepcionó al observar que nada pasó al apretar el botón.
—Ana, Ana.
Una voz dulce e infantil pronunció su nombre, de nuevo no pudo definir la procedencia del sonido. El lugar olía a rosas, le pareció extraño no haber percibido el olor un momento antes.
—Ana, ven.
Escuchó de nuevo la voz. Se sintió tentada a seguir el rastro de la fragancia, aunque al mismo tiempo la invadió el temor.
—¿Quién eres? ¿Dónde estás? —le inquirió a la voz.
Un escalofrío recorrió sus brazos, se sintió vulnerable y corrió en dirección a la salida. Tal vez estaría mejor en el jardín.
Un rayo de luz iluminó el lugar. Ana giró hacia las oficinas de la escuela y pudo observar a una niña que entraba en un cubículo. Llevaba un vestido que le llegaba a los tobillos de color naranja y zapatos blancos. Dudó en ir tras ella o seguir corriendo al jardín.
Se decidió por lo segundo. Bajó los escalones de la entrada y se sentó a un lado de las flores. El aroma a rosas penetró de nuevo, si bien, esta vez tenía lógica, las rosas estaban cerca.
El horizonte comenzaba a tener un color diferente al resto del cielo, pronto la luz del día iluminaría la ciudad. La tensión abandonó su cuerpo. Sonrió y se sintió tonta por sentir miedo. Lo más probable es que la chiquilla de la oficina, fuera alguna alumna de primaria que como ella, llegó temprano.
Se levantó y resolvió volver a entrar, justo en ese momento se encendieron de nuevo las luces del colegio. Se acercó a la puerta de entrada e intentó abrirla; sin embargo, parecía tener cerrojo. Lo intentó de nuevo, extrañada de que estuviera cerrado.
Al otro lado se escuchó la llave que entraba, giraba y abría el picaporte. Don pedro la abrió de par en par, y la saludó un poco sorprendido de lo temprano que había llegado al colegio.
—Jovencita, es muy temprano para que usted esté aquí.
—Hace más de quince minutos que llegué.
—Dios santo, no debió exponerse a estar casi en la calle, me hubiera tocado para abrirle antes.
—De hecho la puerta estaba abierta.
—Eso no es posible. La cerré anoche y es hasta ahora que la estoy abriendo en espera de los primeros alumnos. Pase, hoy será la primera.
Ana entró confundida, no quiso insistir, aunque ella sabía que estaba abierta, eso era verdad.
—¿Soy la primera en llegar? Pero la niña de cabello ondulado y vestido naranja llegó antes que yo.
Don Pedro abrió los ojos con asombro, luego su mirada cambió a molestia.
—No me diga que usted también va a empezar con las bromas de la niña fantasma.
—¿La niña fantasma?
—No siga bromeando. Ya me han dicho mucho de la pequeña que según ellos ven por la escuela. Son juegos de muchachos burlones. Llevo muchos años trabajando de velador en este colegio y no hay ningún fantasma, eso se lo aseguro.
Ana no dijo más. No quería molestar a don Pedro. Prometió que nunca llegaría a la escuela antes del amanecer.