Ella:
Las palabras murieron en su boca, había tantas que hubiera querido pronunciar. Solo atinó a quedarse parada, confundida y con el alma herida. Estaba cerca, a unos pasos, pero a la vez tan lejos. Deseaba decirle muchas cosas, acurrucarse en su pecho nuevamente escuchando cada latido de su corazón.
Sin embargo optó por el silencio. Sus sentimientos, sus ideas, su orgullo vencido, se quedarían guardados en su alma. Su voz se hizo débil y no atinó a pronunciar ninguna palabra.
Había tanto amor, pero también existía el recelo. No era sencillo decir, «lo siento, empecemos otra vez.» Tampoco lo sería la vida sin él. Quería hablar, o tal vez quedarse callada y acercarse con un simple beso.
Pero el momento terminó. Lo observó salir con sus maletas. No había nada que decir. Él giró su rostro, por un instante; ella imaginó que diría algo para arreglar las cosas. No obstante, solo agachó la cabeza y dijo adiós.
Él:
Caminó hacia la puerta con sus maletas. Había empacado lo necesario, después regresaría por lo demás. Al menos por las cosas que dejaba, porque, los recuerdos, los momentos felices e incluso las adversidades, se quedarían guardados en esa casa. Sin embargo, se llevaba todo el amor que sentía por ella. Estaba tan cerca, tal vez sería cuestión de tocar su rostro y decirle cuanto la amaba, olvidar lo sucedido y volver a empezar; pero no es fácil aceptar los errores.
La amaba, ni siquiera recordaba que fue lo que causo este final. Quizás fueron las palabras no dichas o los resentimientos guardados. Las cosas simples, las de la vida diaria, son las que más separan.
Se veía tan segura. Entendió que nada que dijera ahora, cambiaría su decisión. No lo lograría al decirle cuanto la amaba, y lo difícil que sería la vida sin ella.
Por un instante se quedó mirándola, buscando las palabras exactas, las que a ella le gustaría escuchar, pero no las conocía. Así que bajó el rostro y dijo adiós.