El olor a hierba mojada le trajo recuerdos de su niñez. Observó los sembradíos de tomate, su color verde claro indicaba su próxima madurez. Se rindió al antojo de cortar uno y morderlo, tocó la exacta redondez del fruto antes de sentirlo en su boca, muy ácido aún, pero suficiente para dejar en su corazón el sabor del recuerdo de su madre.
Se perdió en la memoria de aquellos días. Corriendo acariciada por el sol, mientras su madre llenaba la canasta con los tomates recién cosechados.
—¡María! Ven acá. No te alejes demasiado. —Su voz tranquila tomaba fuerza en su pecho para hacerse llegar hasta la posición de la niña. María sonrió traviesa, y el amor en aquella mirada la hizo obedecer.
Extrañaba esa voz, su mirada, más que nada, su amor.