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Un día Único II

 Un día único parte I

Un mes después decidió alejarse de todo; por lo cual, escogió una ciudad de provincia que supuso le podría proporcionar la calma adecuada para olvidar el accidente. Dos jornadas tranquilas, disfrutando del lugar, le habían sugerido que el viaje había sido una buena idea.

Todo cambió ese día, el hombre extraño comenzó a perseguirla. ¿O acaso fue su imaginación? Estaba lejos de ella cuando se sintió acosada. Tal vez su mente le jugó una mala pasada haciéndola revivir la angustia vivida con anterioridad.

Los pies de Marión pedían descansar tras largos metros de carrera. Ella sabía que no podía detenerse aún, no sin antes comprobar la situación a su alrededor. Apresuró su marcha. Su figura esbelta parecía una visión que avanzaba abriéndose paso entre los autos estacionados y los que transitaban por las calles.

¿Pedir ayuda? Lo pensó. Podría llamar la atención de algún automovilista, pero temió que no quisieran ayudarla. Una persona huyendo significa problemas, y la mayoría de la gente se aleja de éstos sin pensarlo.

Dos cuadras más adelante, había un parque, consideró que podría perderse entre los árboles. Quizás encontraría alguna persona paseando por ahí. Caminó sin voltear hacia atrás, no quería dar un segundo de ventaja.

Al llegar al parque se detuvo tras un árbol viejo; su grueso tronco podría darle la oportunidad de ocultarse mientras observaba las calles que había atravesado. No parecía haber nadie siguiéndola; no obstante, aún se sentía en peligro.

—No deberías huir de tu destino. —La voz a su espalda la estremeció.

El hombre estaba ahí, justo frente a ella. Observó la mirada, el gesto, incluso la misma gabardina que usaba aquel día.

—Usted murió. No puede estar aquí —le indicó con la voz quebrada mientras sus ojos se humedecían y su cuerpo temblaba.

—El tiempo, el espacio, la muerte, todo es relativo. Estás aquí huyendo de nuevo, alejándote del camino que tus poderes te han trazado.

Ese hombre era un espejismo, él no podía estar frente a ella. Solo tenía que cerrar los ojos, pensar en algo diferente y él desaparecería.

—¡Aléjate! —le ordenó al hombre con pétrea convicción.

Una fuerza interior la dominaba. Los árboles del lugar parecían dar vueltas alrededor de ambos. Una punzada en su cabeza la hizo colocar sus manos en sus oídos. Un sonido gutural salió de su garganta.  Justo en ese instante el hombre explotó ante sus ojos.

Marion observó las pequeñas partículas que se movían como en cámara lenta hasta desaparecer en el aire un poco antes de que ella se desvaneciera.

Un Día Único

El caminar de Marion era portentoso. La tela ligera de su vestido se balanceaba al ritmo de sus pasos. Su cabello suelto demarcaba un rostro exquisito. Sentía el aire con olor a hierba penetrar en su cuerpo. El gentío la observaba. Aún si hubiera deseado ser ignorada, no podría pasar desapercibida, incluso en una ciudad como México.

Era habitual sentir las miradas en ella; sin embargo, se turbó ante la sensación de un escrutinio diferente. Divisó a un hombre alto, bien parecido, de mediana edad. Usaba un abrigo negro a pesar de la temperatura elevada. Siguió mirándola de fijo después de que Marion giró para observarlo.

Después de segundos de miradas decidió continuar su camino a un paso regular. Luego, aceleró un poco al sentirse perseguida. Miró hacia atrás, su corazón se aceleró a causa del acoso.

«¿Se atrevería a lastimarme entre la multitud?», pensó.

Se quitó las zapatillas que la hacían vulnerable; corrió tan rápido como pudo sintiendo el calor del pavimento en su piel. Esquivaba coches en la carretera o gente en las banquetas. Descansó hasta que no lo veía más. Examinó el entorno jadeando. Se esfumó, pero no se sintió segura todavía.

—Disculpe. —Una mujer mayor se excusó por empujarla sin intención.

—No hay problema, señora —contestó aliviada al ver que no era ese tipo.

—No temas — prosiguió la señora—. Pareces confundida, linda.

—Gracias. Me siento bien.

—Quizás esa persona solo deseaba darte un mensaje.

—¿Quién?

La mujer sonrió y continuó su camino. Marion la observó embobada hasta que desapareció en la esquina de la calle. Había sido una tarde extraña, solo quería llegar a casa para dormir temprano. Viernes por la noche. ¡Para nada! Era más seguro mirar una película en cama.

La mañana siguiente despertó de madrugada, limpió el departamento y comenzó su arreglo. Hoy sería un nuevo día, algo en su interior le indicó que iba a ser único.

Desayunaría con su hermana como cada último sábado del mes. Su automóvil estaba en el taller, así que tomó un taxi. Incluso a las nueve de la mañana el tráfico era terrible. Optó por bajar unas cuadras antes.

—Estoy seguro de que será un día único, ¿no lo cree? —El taxista pronunció esas palabras.

—¿Perdón?

—Muchas gracias.

El automóvil avanzó a gran velocidad. Marión eligió olvidar su sorpresa al escuchar sus ideas en las palabras de aquel taxista. Mera casualidad.

​Cruzó la calle para travesar el parque; tenía suficiente tiempo. Deambuló distraída a paso lento. Se sentó en una banca, otorgándose un momento de paz. Una pequeña de no más de diez años y rizos hermosos se acercó con una pelota en sus manos.

​—¿Lo harías? —preguntó la niña

—¿Cómo te llamas? —respondió mirando sus ojos oscuros.

—Sandy.

—Ok Sandy. ¿Deseas que juegue contigo? —La niña negó con la cabeza.

—Eres tú quien puede hacer que este día sea único. —Corrió con su pelota abrazada.

—¡Sandy, no te vayas! Dime lo que quieres decir. —Se levantó para ir tras ella, pero alguien tomó su brazo deteniéndola. Lanzó un sollozo; el tipo del día anterior estaba frente a ella.

—¿Quién eres? ¿Qué quieres? —Soltó su brazo.

—¿Acaso importa mi nombre?

​—¡Eres un loco!

Miró a su alrededor para buscar la manera de escapar. Se apresuró hacia la carretera. Él la siguió. Ella giró al escuchar un carro acercarse; entonces, él la alejó de la posición de peligro para protegerla. El coche no se detuvo.

​Ese extraño la salvó. Quedó en medio del pavimento, levantando sus manos, pidiéndole que se acercara.

​—Tienes un don con el cuál naciste. Lo sabes; pero no es exclusivo. Tienes que aprender a usar los otros. —Murió.

Ella sostenía su mano. Era el comienzo de un confuso y único día.