Rompiendo esquemas

Visitor

When Yamilet woke up, she saw a stranger in her bedroom looking through the window.
«What are you doing here? Who are you? How did you get in? » Yamilet searched her cell phone on the night table.
«We have no time. You need to run away. The police will arrest you tomorrow. The only way to avoid it is to get away with me right now»
«I got it. Take it easy. If you give me one of your relatives’ contact information, I can call them up and ask them to pick you up.»
«We are stuck in time. There’s no signal for the phone now. Look at the window.»
She observed the ordinary buildings, cars, and people, but they were frozen, like statues.
«Who am I supposed to kill?
«Me. You’ll hit my head so strong, that I will die immediately… Time’s getting back soon. Run! Yamilet woke up and saw a stranger in her bedroom, looking through the window. She took the lamp and hit him as strong as she could.

Someone Special
Once upon a time, there was a beautiful nine-year-old girl whose hair was curly and brown. Ivana lived with her family; her mother, that takes after her, her little brother, and her father.
The family lived happily in a small house with a lot of things her mother liked to put on the furniture, so the house looked as beautiful as possible. The girl knew she was loved by all of them, and she loved them too.
However, Ivana had a Little problem. She was too intelligent and inquisitive. She loved to know the reason for everything that would happen in the world. Sometimes she liked to be alone to think about everything she would see.
“Why aren’t you playing with the other kids, Ivana?” The teacher used to ask her at break time at school when the other children to have lunch and play.”
“I will, teacher. It’s just that I read an amazing book yesterday, and I am just thinking of some descriptions. There was a tree like this one that is giving me shadow in that story.”
“I consider it fantastic that you like to read, but it’s time to play with your friends. Go with them.”
Her teacher didn’t understand her, nor her classmates. She loved to talk about stories on paper. Sometimes she liked to play with them, but some other times she liked to remind what she has read.
“How was school, honey?” her mother used to ask her when getting home.
“I think it was OK.”
“You think?”
“Yes. My teacher doesn’t understand me.”
It’s just that you’re special. I love you so much. Come on. Go wash your hands to start eating.
Some days later a new boy got to school He was wearing his uniform like everybody else, but it looked different on him. One side of his shirt was out of his pants and a long chain with a guitar-shaped charm was getting out his back pocket.
“This is your new classmate, Marcos.” The teacher explained to the class. Everybody said hello. “Sit here”. She pointed to a chair next to Ivana´s.
During the morning, the little girl observed Marcos moving his finger on the chair; at other moments he moved them on the air in an unusual way until Mrs. Lee asked him to stop to pay attention in class.
“Why do you move your hands like this?” The girl asked him.
“I wish I could be at home practicing my piano or guitar lessons. Mom says I need to get better scores if I need to continue studying music.”
The kid turned to the front of the class where Mrs. Lee was explaining mathematical calculations. Marcos collocated his hands on his legs and continued his imaginary melody while he was listening to her explanation.
Ivana observed every one of her classmates. Fabian was throwing a ball of paper in the trash, dreaming on his next basketball tournament. Margarita was taking notes as drawing little eyes on the margins of her notebooks. Alondra was looking at the teacher while doing mental calculations, pronouncing the answer seconds before she would say them. Then Ivana smiled. She had been next to these kids since the kinder garden, but she has never observed them very well.
At home, at the time for eating, her mother asked the same question.
“¿How was school, kiddo?”
“It was so good. I have learned something new.
“What is it? Tell me.
I learned that all of us are special. It is not only me. It is just that we like different things. I guess it is just a question of doing our best to understand each other.


Frente al espejo

Explosión de juventud
El estruendo de la explosión se escuchó en cada edificio. Ms. Martínez, la directora de la escuela, corrió tan rápido como lo permitió su edad. Los demás profesores hicieron lo mismo.
Los chicos salían tosiendo del laboratorio de química, la mayoría con alguna herida. Algunos se sentaron en los jardines laterales al lugar y otros parados, cada uno sorprendido.
—Sabía que tus ideas modernas sobre educación, nos traerían problemas, aunque no imaginé la rapidez con la que sucedería —clamó la mujer dirigiéndose a la llorosa joven maestra que fue la última en salir del laboratorio.
—Trabajábamos con ácidos y fue un descuido mío —indicó una jovencita que presentaba quemaduras en sus brazos y rostro.
—Llame a las ambulancias, la chica necesita atención inmediata —ordenó al profesor Rodríguez, subdirector de la escuela preparatoria—. Usted maestra, espero que no esté herida. Sería terrible estar en un hospital y sin trabajo.
Ms. Martínez terminó de dar indicaciones a cada maestro sobre lo que debía hacerse. Ella debía llamar a inspección escolar. Caminó hacia su oficina, a paso lento esta vez, sin dejar de sonreír.

Inquebrantable
—Buenas tardes —indicó la joven—.
¿Puedo ayudarla?—Buenas tardes. Mi nombre es Eunice Silva. Estoy visitando a mi prima Nidia Ramírez, pero no recuerdo el número de su cuarto, podría informarme, por favor.
La chica observo su nariz delgada, al igual que su rostro y el movimiento delicado de sus manos al hablar. Su cabello castaño en un lindo contraste con su piel bronceada. Dejó de mirarla para buscar los datos en la computadora. Se detuvo al escuchar las palabras de la doctora Sifuentes.
—La atendí ayer por la mañana en el momento de su llegada. Esta en el cuarto tres cero cinco, aunque es posible que aún este bajo el sedante que le prescribí. Llegó muy lastimada. Su estabilidad emocional comprometía la ya deteriorada condición física de su cuerpo, consideré necesario mantenerla con sedantes.
—Entiendo. ¿Podría pasar a verla? Solo serán unos minutos.
La doctora le indicó el camino. Esta vez Eunice caminó lento. Titubeante, se detuvo frente a la puerta de la habitación indicada. Suspiró un momento y dio el paso decisivo dentro del lugar.
Nidia dormía como le indicaron, tenía moretones en su rostro, gasas sobre su frente que era probable que protegieran una sutura. Su labio mostraba una pequeña abertura cerca de la comisura. El brazo izquierdo descansaba sobre su vientre cubierto por un vendaje. Las demás heridas de su cuerpo, las protegía la sabana que la cubría.
Sin pensarlo, comenzó a acomodar su cabello detrás de sus orejas. Observó una cicatriz cerca de esta, parecía de años, tal vez los mismos que tenía unida a Rafael.
«Hay un hilo rojo que une a las personas; se estirará hasta el infinito pero nunca se romperá»
Recordó las palabras de su abuela que invocaba al destino como responsable de las uniones de los seres.
—Pues hay que torcerle, Nidia. Darle miles de vueltas de ser necesario para romper ese hilo, que solo existe en tu imaginación y en las historias de una mujer de otra época.
Nidia abrió los ojos en ese momento. Sus parpados se abrieron con lentitud mientras su mente intentaba separar los sueños de la realidad.
—¿Eunice?
—No intento molestar. Solo quería asegurarme que estás bien.
Nidia se quedó mirándola por varios segundos antes de mostrar un intento de sonrisa. Giró su rostro al lado contrario y en un susurro le aseguro que estaba bien.
—Debo irme. Pero si necesitas algo, solo búscame, si alguien puede entender lo que te pasa soy yo.
Observó a Eunice de nuevo, luego cerró los ojos.
Acarició su cabello una vez más. Observó sus heridas, y no pudo evitar llorar ante esa escena. Luego se alejó con rapidez, como si huyera de algún recuerdo hiriente.
Agradeció a la enfermera que continuaba trabajando frente a la computadora, que levantó la vista para responder, mientras la veía alejarse con el paso de una mujer que parecía inquebrantable.
Subió a su automóvil, recargó su cabeza en el asiento. Comenzó a recordar la última fiesta de cumpleaños de Nidia a la que había asistido. La había ayudado en la organización de la fiesta. Todo quedó perfecto. Eunice compró un vestido de moda color aqcua que caía de su hombro con suavidad, con un cinturón negro que acentuaba su cintura, no demasiado corto, pero si lo suficiente para lucir sus piernas.
Ella estaría en casa de Nidia desde la mañana preparando los últimos detalles. Rafael llegaría por la noche para acompañarla. Él sabía que le gustaba bailar y disfrutar las fiestas desde pequeña. Tan pronto escuchaba sus canciones preferidas y comenzaba a bailar sin detenerse hasta el final de la velada.
Rafael y Eunice se conocieron en la universidad; ella empezaba la carrera y él casi terminaba. Comenzaron su relación unos meses después de conocerse. Todos imaginaban que se casarían al terminar los estudios.
Escuchó la canción que estaba de moda y comenzó a bailar como siempre. Un amigo de Nidia se acercó y comenzó a bailotear a su lado. Justo en el instante que Rafael entraba a la casa. Se quedó observándola, hasta que ella notó su presencia. Dejo de bailar y se sintió muy nerviosa. Conocía la reacción que esto provocaría en él.
—Ahorita vengo —le dijo al joven y se acercó a su novio.
—Siéntate —le ordenó molesto. Ella obedeció sin decir nada. Se acercó a su oído y susurró—. Te gusta atraer las miradas de los hombres, ¿verdad?
Ella no respondió. Él fue a traer algo de beber. Luego se sentó a su lado sin decir nada más. Los amigos se acercaban alentándolos a comenzar a bailar. Él sonreía e indicaba que lo harían en un momento.
Nidia se acercó y le pidió ayuda a Rafael con unas cajas.
—En seguida vuelvo.
No dijo más, pero su mirada le indicaba que no se moviera de ese lugar.
Eunice lo vio alejarse junto a Nidia, sin pensarlo salió del lugar. Caminó las cinco cuadras que separaban su casa de la de su prima casi corriendo. Entró y se encerró en su cuarto. Se acercó a la ventana y recordó otros momentos, cuando el enojo de Rafael le hacía decir cosas que la lastimaban. Desde que estaban juntos, comenzó a comportarse diferente, de acuerdo a lo que no le molestaría.
—¿Cuándo deje de ser yo misma, para convertirme en lo que él quiere? —se preguntó en voz alta, como para poder escucharse mejor, que si fuera solo un pensamiento.
Luego lo vio llegar. Se estacionó frente a la puerta de su casa, tocó el timbre; su hermana pequeña abrió la puerta para dejarlo pasar.
—Eunice —le grito su hermana.
Por un momento pensó en no bajar. Se quedó parada frente la escalera, pero él subiría o tal vez haría un escándalo delante de todos.
Bajó despacio. Sentía su respiración agitada. Deseaba gritar pedir ayuda, pero una mezcla de miedo y vergüenza se lo impedía. ¿Por qué era tan cobarde? Había escuchado muchas veces a sus amigas criticar a las mujeres que permitían algo así. Siempre había pensado que ellas fueron educadas de esa manera. Pero ella no lo fue. Desde pequeña, se lo decía la gente. «Nadie logra convencerte de hacer lo que no quieres.» A ella le enseñaron a valerse por sí misma sin esperar a un hombre que la salvara. Le habían enseñado a defenderse. Y ahora el miedo la paralizaba.
El último escalón lo bajó ayudada de la mano de Rafael. Sus padres llegaron en ese momento. Saludaron al joven con cariño, él se comportó de los más amable, hasta les pidió permiso para volver a la fiesta.
—Vayan muchachos. Diviértanse— indicó su padre.
Su madre y su hermanita sonreían, la atención de su padre ya estaba en el refrigerador. Con su mano en la de él, Eunice caminó hacia el automóvil.
Estuvieron en silencio los minutos que duró el trayecto. Manejó a las afueras de la ciudad. Se detuvo frente al canal. La tomó de la mano para ayudarla a salir del vehículo. La tomó de la cintura mientras la dirigía a la orilla.
—¿Sabes que podría aventarte?
—Sí. Lo sé.
—¿Sabes que dejaría tu cuerpo ahí tirado?
—Sí.
—Entonces, ¿Por qué te comportas de esa manera? ¿Por qué me haces enojar? ¿Por qué te pones esa ropa de colores llamativos?
—No lo sé. Me equivoqué. No quise…
—Cállate. Tú tienes la culpa.
—Sí —Las lágrimas ahogaban su respuesta—. Yo tengo la culpa
Rafael se quedó mirándola con Rabia. Sus puños se pegaban a sus muslos. Su mandíbula forzaba su boca y las venas de su cuello parecían explotar. Se miraron a los ojos por un largo rato. Luego le ordenó que subiera al automóvil.
Manejó de regreso a su casa. Salió del carro y le abrió la puerta para que saliera.
—Hasta mañana. Te llamaré al rato.
Ella asintió.
Entró a la casa. Subió las escaleras y comenzó a guardar ropa y otras cosas en una maleta. Luego tocó en la habitación de sus padres para contarles todo.
La conversación de un grupo de doctores la volvió a la realidad. Al presente, donde Rafael no existía. Donde junto a ella estaba un hombre muy distinto. Encendió el auto y se dirigió a su casa
—Hola mamá. ¿Saliste con tus amigas? —Le preguntó Ingrid al verla llegar.
—No. Fui a ver a Nidia al hospital.
—¿Tu prima?
—Pensé que hace tiempo no se frecuentaban.
—Así es, Ingrid. Creo que nunca te he contado la razón. Pero deseo hacerlo ahora. Creo que es necesario que lo sepas.
—Ok. ¿Pero, por qué el drama?
Eunice se sentó en el sofá, ignorando la frase típica de la adolescente.
—Siéntate, hija. La razón por la que Nidia se alejó de mí fue Rafael, su esposo.
La chica se sentó mostrando su sorpresa, miraba el rostro de su madre mientras era probable que imaginara historias sobre lo que acababa de escuchar.
—Rafael fue mi novio cuando estuvimos en la universidad.
—¿Te lo quitó?
—Nada de eso. Escúchame antes de que tu cabecita se llene de ideas equivocadas.
Le contó las cosas tal y como habían sucedido.
—¿Por qué no fueron a la policía?
—Hija, si ahora es difícil que les crean a las mujeres, años atrás era imposible.
—¿Y no te buscó?
—Me buscó durante unos meses, pero solo mis padres sabían mi paradero y él nunca lo supo. Terminé la carrera en Guadalajara y regresé dos años después. Para entonces Nidia ya estaba a punto de casarse con Rafael.
—¿No le contaste?
—Sí. Pero no me creyó. Prométeme que si alguien te llega a tratar así, sobre todo tu pareja, me lo dirás para poder ayudarte.
—Lo prometo. Deberías contárselo a mi hermano, él también necesita saberlo.
—Lo haré.

Tan Diminuto
Las palabras del médico no tenían sentido para Fabián. ¿Le habla a él? ¿Habla de Maribel?
—No entiendo, ¿mi esposa y el bebé están mal?
—El corazón de su esposa no resistió. El bebé estará en la incubadora un buen tiempo. Su peso es muy poco y no podemos prometerle nada en cuanto a su recuperación. Puede verlo, si lo desea, necesitará usar una bata especial que la enfermera le proporcionará. Con permiso.
Era todo. No había más que decir, no más palabras sin sentido del profesional que hace su trabajo, involucrándose lo necesario por su propia salud mental. Pero no era suficiente, Fabián no lo entendía, necesitaba conocer la razón de su dolor.
Una bata, un gorro, guantes, cubiertos sus pies, todo lo necesario para ver al bebé. “Tan diminuto y en un minuto, pasas de pez a ser quien sabe qué; se hace el milagro y en un instante dejó de ser.” La canción de Bosé, se le vino a la mente, observó a ese ser, conectado a demasiados cables para su edad, luchando por sobrevivir, y así encontró una pequeña razón.

Normalidad
Juliana se asomó a la ventana, en la calle observó a una mujer con mascarilla paseando a su perro. Unos pasos atrás dos jovencitos tomados de la mano caminaban despacio como si el mundo no hubiera cambiado y ellos solo quisieran disfrutar una noche agradable del verano.
—¿Por qué ellos no se cuidan, mamá?
La chica acercó la tableta hacia la ventana para que su madre pudiera ver a los chicos. Eran unos jovencitos de menos de diecisiete, caminando sin pensar en el peligro de estar juntos por la calle. Luisa suspiró antes de responder.
—Es probable que no entiendan bien el peligro, a veces la inmadurez nos hace un poco irresponsables.
Ojalá su mente pudiera tener esa inconsciencia, en lugar de darle vueltas a los miedos una y otra vez. Por la mañana había observado a un vendedor de sandías en un triciclo, con una mascarilla cubriendo su mentón, más por aparentar protegerse que en verdad considerarlo necesario. Entendía porque se arriesgaba, la venta de la sandía significaba el alimento que llevaría a su hogar ese día, pero esos jóvenes salían sin impórtales el peligro.
—¿Algún día regresará todo a lo normal?
—¿Qué representa para ti lo normal?
—La forma en que vivíamos antes. Salíamos sin miedo de acercarnos a las personas. Íbamos a conciertos empujándonos unos a otros, o cantando y gritando al unísono de un desconocido que compartía nuestra alegría de estar ahí.
—No lo creo. Pasará mucho tiempo para que eso suceda, tendremos que adaptarnos a una nueva forma de vivir.
Juliana se quedó pensativa mirando el rostro de su madre a través de la pantalla, luego volvió a mirar por la ventana a un grupo de niños jugando con una pelota. Hizo un gesto con su boca, tenía la misma edad que los chicos tomados de la mano; sin embargo, ellos no compartían su temor.
—Debo irme, Luisa. Cuídate. No olvides verificar que todo esté bien con tus abuelos
—Lo haré, no te preocupes. Antes de dormir y temprano por la mañana. Tú también cuídate mucho. Ojalá pronto podamos estar cerca. No me importaría arriesgarme con tal de darte un beso.
—Lo sé, cielo, pero debemos cuidar a los abuelos. Prefiero verte así a través de la tableta. No me perdonaría que por mi trabajo en el hospital alguno de ustedes enfermara. Te amo.
Juliana apagó la tableta al momento que su madre cortó la llamada. Otra noche de guardia, otro día viviendo una nueva normalidad.

No Hay Días Especiales
El edificio de departamentos de la calle Independencia en la ciudad de México, resplandecía con los adornos navideños en cada ventana, con excepción de una en el cuarto piso, nada indicaba ahí, el veinticuatro de diciembre como fecha.
Javier Dávila tomó un sorbo a su whisky mientras escribía el próximo artículo para la revista en la que trabajaba. Lo interrumpió el timbre del celular que mostraba la imagen de su jefe en el canal de televisión donde realizaba reportajes.
—¿Qué quieres? —refunfuñó Javier.
—Sé que es un mal día para pedirlo, pero…
—Sabes que ninguna maldita fecha es especial para mí. Dime lo que quieres. —interrumpió exasperado.
— El cantante más popular del momento, decidió pasar la víspera navideña con un indigente escogido al azar. La publicidad será genial. Nos ha otorgado la exclusiva. El problema es…
—Que nadie quiere cubrir la nota hoy. —Terminó la frase. Escuchó una risa del otro lado de la línea—. No me entusiasma facilitarle las cosas al rey de las letras estúpidas, pero imagino que la paga por trabajar este día, será tan grande como para ignorar mis escrúpulos.
—Pensé que todos los días eran iguales para ti.
—Yo no hago las reglas en este mundo. Mándame la ubicación y ahí estaré.
—El camarógrafo llegará al lugar a las seis. Buscarán al individuo y después irán a una casa que simulará ser del cantante. A aquel lo vestirán de acuerdo a la ocasión, les harás las preguntas necesarias a ambos, y la nota saldrá a primera hora.
—Por supuesto se tomará las fotos y después dejará solo a su invitado.
—Eso no saldrá a la luz, así que no interesa. Espero tu trabajo, sin importar la hora.
A las seis y media de la tarde, la oscuridad de la noche había caído por completo en la ciudad. Javier Dávila, el camarógrafo, y siete personas más entre guardaespaldas y parte del equipo de trabajo del intérprete intentaban escoger al vagabundo que recibiría la invitación. No había mucha diferencia entre uno u otro. Todos con su aspecto de abandono y la poca luz en la calle, parecían solo sombras oscuras sin alma.
Al final, se decidieron por el que aparentaba estar menos asustado por los extraños que invadían su espacio. Un guardaespaldas lo revisó en busca de algún arma u objeto peligroso, luego lo tomaron de los brazos y él se dejó llevar como un niño hacia el interior de una de las camionetas.
Inició su labor, haciendo preguntas al músico, que respondía orgulloso de su hazaña, contrario al vagabundo que solo asentía o sonreía distraído, mostrando sus encías sin dientes. Estaba sucio y despeinado y despedía un olor rancio. Sin embargo, Javier sintió algo en la mirada de ese hombre que no supo definir.
Tan pronto se apagó la cámara. El cantante decidió cambiar de camioneta.
—¿Vienes conmigo? Tu camarógrafo puede quedarse en esta. —le indicó el joven sonriendo.
—Lo siento, compañero, gajes del oficio. —Salió, al tiempo que guiñaba un ojo al chico de la cámara con ironía.
El equipo del intérprete bañó al indigente, le cortó el pelo y cambió su ropa. El baladista estuvo presente el tiempo necesario para las tomas y después se fue a descansar y a cambiar su atuendo.
Javier estaba sentado en la mesa del comedor, esperando, cuando el vagabundo llegó transformado por completo. Sus ojos quedaron fijos en el rostro del individuo. Recordaba ese rostro, años atrás, un hombre más joven. ¿Sería posible? Sintió sus latidos retumbando en su cabeza. Acaso sus ojos lo engañaban.
Se paró frente a él, acercó su cara a la suya. No olvidaría ese rostro aunque pasara toda una vida; Estaba en su memoria, era solo un niño cuando desapareció de su vida, sin las arrugas que ahora tenía, pero su mirada seguía siendo la misma.
—¡Papá! ¿Eres tú? —preguntó, acercándose a él.
—Eh —respondió el hombre de manera tonta.
—Eres tú. ¿Dónde has estado? ¿No sabes quién soy?
—Eh —repitió indolente. Ajeno a la angustia del hombre parado a su lado.
—Mamá, Idaly, ¿la recuerdas? Te buscó mucho tiempo. Ella nunca perdió la esperanza de verte de nuevo.
—Idaly, Idaly. —repitió con lágrimas en sus ojos. —¿Dónde está ella?
—Ella murió papá, murió esperándote. El dolor la fue apagando. ¿Qué sucedió? ¿Por qué no regresaste?
—Ellos me golpearon, corrí. Debo regresar. Le prometí regresar al niño. Mañana será navidad. Javier me está esperando.
—Calma. Soy Javier y ya no tengo nueve años.
Abrazó al hombre que poco entendía lo que estaba sucediendo. Ya habría tiempo para las explicaciones, los doctores y lo que fuera necesario. Ahora lo importante es que ellos estaban juntos otra vez.
—Vendrás conmigo esta noche, papa. Todo será diferente. Mañana será navidad, papá. Mañana será de nuevo, un día especial.

Un día Único II
Un mes después decidió alejarse de todo; por lo cual, escogió una ciudad de provincia que supuso le podría proporcionar la calma adecuada para olvidar el accidente. Dos jornadas tranquilas, disfrutando del lugar, le habían sugerido que el viaje había sido una buena idea.
Todo cambió ese día, el hombre extraño comenzó a perseguirla. ¿O acaso fue su imaginación? Estaba lejos de ella cuando se sintió acosada. Tal vez su mente le jugó una mala pasada haciéndola revivir la angustia vivida con anterioridad.
Los pies de Marión pedían descansar tras largos metros de carrera. Ella sabía que no podía detenerse aún, no sin antes comprobar la situación a su alrededor. Apresuró su marcha. Su figura esbelta parecía una visión que avanzaba abriéndose paso entre los autos estacionados y los que transitaban por las calles.
¿Pedir ayuda? Lo pensó. Podría llamar la atención de algún automovilista, pero temió que no quisieran ayudarla. Una persona huyendo significa problemas, y la mayoría de la gente se aleja de éstos sin pensarlo.
Dos cuadras más adelante, había un parque, consideró que podría perderse entre los árboles. Quizás encontraría alguna persona paseando por ahí. Caminó sin voltear hacia atrás, no quería dar un segundo de ventaja.
Al llegar al parque se detuvo tras un árbol viejo; su grueso tronco podría darle la oportunidad de ocultarse mientras observaba las calles que había atravesado. No parecía haber nadie siguiéndola; no obstante, aún se sentía en peligro.
—No deberías huir de tu destino. —La voz a su espalda la estremeció.
El hombre estaba ahí, justo frente a ella. Observó la mirada, el gesto, incluso la misma gabardina que usaba aquel día.
—Usted murió. No puede estar aquí —le indicó con la voz quebrada mientras sus ojos se humedecían y su cuerpo temblaba.
—El tiempo, el espacio, la muerte, todo es relativo. Estás aquí huyendo de nuevo, alejándote del camino que tus poderes te han trazado.
Ese hombre era un espejismo, él no podía estar frente a ella. Solo tenía que cerrar los ojos, pensar en algo diferente y él desaparecería.
—¡Aléjate! —le ordenó al hombre con pétrea convicción.
Una fuerza interior la dominaba. Los árboles del lugar parecían dar vueltas alrededor de ambos. Una punzada en su cabeza la hizo colocar sus manos en sus oídos. Un sonido gutural salió de su garganta. Justo en ese instante el hombre explotó ante sus ojos.
Marion observó las pequeñas partículas que se movían como en cámara lenta hasta desaparecer en el aire un poco antes de que ella se desvaneciera.
Debe estar conectado para enviar un comentario.