Del libro Inmutable transformación
Observó los cuadros de la pared, el arte moderno que él no entendía, pero que Florencia admiraba. Tocó la casi imperceptible mancha de café sobre el sillón, recordó el enojo de la chica al no poder borrarla del todo.
El lugar guardaba años de recuerdos, buenos y malos. Atesoraba la alegría de los sueños cumplidos y la tristeza de cada derrota. Dejaba más que cosas materiales compradas en conjunto, renunciaba a sus esperanzas y su visión de una vida juntos.
—¿Te llevarás tus libros o prefieres que los empaque junto a tu ropa de invierno? —La voz serena de Florencia lo sacó de sus pensamientos.
Rubén observó el vestido negro con flores alegres que se ajustaba a su figura. Estaba tan hermosa. ¿Sería su propósito hacerle notar lo que había perdido?
—Es lindo tu vestido.
—Hace tiempo que no lo usaba, por los recuerdos —Los ojos de Rubén le indicaron que no entendió su referencia—. Hace tres meses. En la cena en casa. Tú llevabas el traje color vino que combina con estas flores. La noche que papá sufrió un ataque cardiaco. Gracias a Dios se repuso, pero no había querido ponérmelo de nuevo.
De ese día lo que menos recordaba era el atuendo que llevaba. Tenía presente su angustia, sus lágrimas, sus manos entrelazadas en las suyas expresándole su apoyo. ¿Por qué recordaría el vestuario?
—¿Por qué lo usas hoy?
—No lo sé. Tal vez porque simboliza un cambio de vida como el que tuvo papá después de ese día.
Rubén dio unos pasos hacia ella. Acomodó el cabello de Florencia en su oreja. Bajó sus dedos hasta su hombro, acarició ambos brazos, luego su mano izquierda continuó acomodando su pelo.
—¿Está segura? Aún es tiempo de intentarlo. Sé que me equivoqué, pero podemos recomenzar.
—No es suficiente. Antes me hubiera bastado esa mirada, pero ya es tarde. Yo también me equivoqué. Nos hemos hecho demasiado daño, tanto que ya no queda mucho que pueda ser reparado.
Se acercó un poco más y besó su frente, luego sus labios besaron sus mejillas, mientras sus manos frotaban su cuello. Ella acarició su espalda. Sus labios se buscaron, igual que antes, igual que en otra vida, que ahora les parecía lejana. Pudo sentir como se estremecía ante ese beso.
—Espera —susurró Florencia, sin que sus manos o su cuerpo se alejarán.
—No es tiempo de esperar.
La besó de nuevo. Ella respondió con calidez. Luego la giró besando su espalda. Aspiró el olor de su cabello. Su piel sabía a añoranza, a recuerdos perfectos. Pudo sentir los deseos que surgieron en ella.
Por segundos, solo unos instantes antes que su pasión se transformara en enojo.
—No. Dije que no. No va a funcionar. —Giró enfrentando su mirada—. El deseo está vivo, no se puede negar. Pero no es suficiente para sostener nuestra unión. No nos alcanza este sentimiento para nutrir una relación que agoniza.
Rubén se alejó. Levantó su mirada, pudo observar una mancha en la pintura.
—Olvidé arreglar la grieta —indicó señalando el techo.
—Sí. Olvidamos reparar muchas más, no solo en el techo, sino también en nuestra vida.
—Preferiría que envíes los libros. Creo que debo irme. Se hace tarde.
Tomó la maleta y se dirigió a la puerta. Volteó un momento sonriendo con tristeza.
—Adiós. Sé feliz.
—Tú también.








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