Te vi pasar, tan lejana, tan ausente, como si hubieran sido siglos los momentos sin mí. No pareces extrañarme. Ni que mi ausencia aún te duela. Parecías feliz, segura de ti misma. Fuerte como una roca. Volvió tu sonrisa, aquella que creías haber perdido.
Si hubiera sabido cuanto me dolería tu olvido, jamás me hubiera arriesgado a perderte. La lección ha sido muy dura. Tarde aprendí a no jugar con el amor. Me sentía tan confiado de que nunca te perdería, que no me detuve antes de lastimarte. Al final quien más perdió fui yo.
Después posaste tu mirada en la mía, tan profunda como aquellas veces que me mostraba tus sentimientos. Pero que ahora solo me regaló indiferencia. ¿A dónde se fue tu amor? ¿Acaso se quedó enredado entre todos mis descuidos? Intenté encontrar algún resquicio de la gran exaltación que tiempo atrás te provocaba mi presencia, encontré, sin embargo, la frialdad de una piel dormida ante mi contacto
Un beso en la mejilla como un insensible símbolo de lo que significa el olvido. Un cómo estás sin pasiones, ni el interés de la respuesta. ¿Dónde guardaste mis recuerdos? ¿En qué lugar perdido en tu conciencia encerraste los momentos que vivimos?
—He pensado mucho en ti en estos días —acerté a expresar con torpeza. Sonreíste indulgente pronunciando un simple adiós. Deseaba decir algo que te hiciera recordar lo que antes te unió a mí, pero no encontré nada que pudiera cambiar tu indiferencia.
Ese fue el final de la historia. Hubo tanto amor en ti, tanto, como ahora hay olvido. Te vi alejarte; con cada uno de tus pasos percibí el agonizar de mi esperanza. Cuando muere el amor, no queda más que vacío.