Caminó hacia el cuartucho oscuro. No había nada en esa habitación. Unos periódicos viejos que hacían de cama. Un plato sucio y fétido que indicaba que había pasado bastante tiempo desde la última vez que probara un bocado. Aun así no sentía hambre. Sentía una pesadez en su cuerpo… No, tal vez lo que pesaba era el alma, que a pesar de armonizar con ese cuarto vacío, le pesaba cual si fuera el alma de un viejo que estuviera cansado de la vida.
¿Cuántos años tenía? ¿Cien? ¿Setenta? …No, tal vez veinte, treinta. No recordaba con exactitud cuánto tiempo había pasado desde la última vez que celebró un cumpleaños.
Fue algo extraño. Una nueva sensación recorrió su cuerpo. Por primera vez en mucho tiempo estaba consiente de sí mismo. Notó el daño tan grande que las drogas dejaban en su cuerpo enfermo. Pero no era capaz de dejar ese mundo. No se sentía con fuerzas para recoger los escombros de su vida, para sobre ellos edificar una nueva dignidad.
Caminó hacia la calle y se perdió entre ese mundo en el que se encontraba inmerso. Muy lejos quedaron, la familia, los sueños, la vida misma. Para él, todo eso había quedado atrás, atrapado entre humo y suspiros.